sábado, 19 de septiembre de 2009

Potranca negra

Elsa Bornemann

   En la estancia de padrino Ernesto, donde estoy pasando mis vacaciones, hay muchos potrillos... ¡pero ninguno como mi potranca negra!


   Cuando los arados van a dormir su fatiga, ella se me aparece al tranquito, lamiendo el atardecer como si fuera el agua de los bebederos.


   Es arisca. No viene cuando yo la llamo sino cuando ella quiere, despeinando los juncales con sus largas crines. Sus huellas van oscureciendo los caminitos de barro.


   Espero que toda la gente de las casas se haya acostado y abro las ventanas de mi cuarto para mirarla: la veo trotando sobre malezas y pastizales, escabulléndose entre los cardos, saltando los alambrados...
   ¡Potranca desbocada! Galopa sobre el campo o sobre los techos, enfriando el aire con su aliento.    Sus cascos golpean las puertas y su cola azota molinos y chimeneas. Escucho el roce de su poncho al engancharse en los postes, mientras arroja negrura por todas partes.


   A veces, le relincha a la luna, y otras, la lleva sobre la grupa para que reparta sus luces por lagunas y charcos.


   ¡Potranca salvaje! ¡Imposible cabalgar sobre su lomo! Pero puedo tocarla cuando apago mi lámpara: en ese momento se me acerca mansita y la acaricio. Ella me mira desde la oscuridad de sus ojos enormes y yo la contemplo en silencio, hasta que los gallos abren la madrugada y la mañanita empieza a remontar su barrilete de sol...


   Mi potranca huye entonces, tijereteando las sombras...


   Más tarde, mientras le cebo unos mates, padrino Ernesto me dice que esa que quiero tanto es LA NOCHE y promete regalarme una yegüita overa, para que no siga imaginando pavadas... Yo sonrío y me callo... Padrino Ernesto debe estar celoso: él tiene muchos potrillos... ¡pero ninguno como mi potranca negra!


La imagen fue tomada de aquí.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Sobre héroes y tumbas



   "Querido y remoto muchacho: [...] además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles".

Sobre héroes y tumbas



   "La astucia, el deseo de vivir, la desesperación, me han hecho imaginar mil fugas, mil formas de escapar a la fatalidad. Pero ¿cómo puede nadie escapar a su propia fatalidad?"

La casa de Asterión

Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.

Apolodoro, Biblioteca, III,I



   Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito*)  están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.


   El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.


   Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo:Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.


   No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol;. abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.


   Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.


   ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?


   El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.


   -¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


FIN

* El original dice catorce, pero sobran motives para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Finales!

Hoy algo mas se terminó: que bueno es todo lo que comienza!

Entonces también:

Esta canción, que deliberadamente abre nuestro disco y da comienzo a estos "11 mundos" proclama, acaso suspira, que no hay nada más importante en la vida que sentir el presente como fuente máxima de toda vitalidad y entusiasmo; un segundo vale más que todas las horas.




Quisiera publicar uno cada día, pero ellos ya lo hicieron...